Un lugar detenido en el tiempo: Parque Natural de Somiedo (+Fotos)
Un lugar mágico, en el Parque Natural de Somiedo –ubicado en un territorio en el que Asturias casi comienza a abrazarse a las llanuras de Castilla y León– montañas de 2.200 metros cobijan historias milenarias que han cristalizado en lagos de aguas oscuras, temerosos de que alguien pueda ver a través de ellos y robarles el secreto de su eterna belleza y juventud.
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En torno a esos lagos, senderistas, vacas y osos intentan disfrutar, en turnos perfectamente organizados por la Madre Naturaleza, de esos pequeños placeres de la vida que definen la felicidad para cada uno de ellos.
Los osos pardos asturianos buscan en Somiedo alimento, soledad y esparcimiento, pero no siempre, solo cuando el calor les saca de su hibernación. Las vacas, con esa mirada vacía que parece mostrarlas ajenas a casi todo, pacen allá donde haya hierba, un bien que para nada escasea en Somiedo.
Mientras, el único bípedo de la ecuación se alegra de que su móvil no tenga cobertura mientras horada unos senderos que le descubren, tras cada recodo, una vista aún más maravillosa que la contemplada en el anterior. Posiblemente, pensará en sacarse una foto. Desintoxicarse del todo lleva más tiempo.
Hay otros hombres que tienen un móvil a regañadientes, quizá solo para consultar la previsión meteorológica o hacer una rápida llamada a casa. Son curtidos pastores que aguantan estoicamente las preguntas de los excursionistas o aceptan, silenciosamente y con un pequeño movimiento de cabeza, que se hagan fotos con algunas de sus vacas.
Es su condescendiente compensación al hecho de que sus bóvidos invadan las carreteras de acceso al parque, dando algún susto ocasional y muchas situaciones divertidas.
Esos pastores son los herederos de los vaqueiros de alzada, un grupo cultural que se extendía por el occidente asturiano y que se dedicaba a la cría del ganado vacuno, viajando a las montañas cada verano. Mantuvieron sus costumbres y folklore particular entre los siglos XVI y XX.
Hoy, los pocos que quedan son un tesoro cultural asturiano y solo obedecen a las leyes que dicta la naturaleza, campando a sus anchas por las brañas, esas tierras altas cubiertas por un inabarcable manto verde que supone el Nirvana para las vacas asturianas, alegres de degustar esos pastos tardíos en la época estival.
Aquí y allá, aparecen dispersos los teitos, las construcciones de madera o piedra con techado de escoba negra (también llamada hiniesta), u otros matorrales disponibles en la zona, y paja. En realidad el vocablo teito era aplicado solo al techo vegetal de la cabaña, pero acabó nombrando al conjunto completo.
Los solitarios vaqueiros pasan junto a ellos e imaginan una época en la que eran decenas de ellos los que los utilizaban. Ellos siguen siendo los guardianes de una tradición largamente olvidada por la mayoría.
Aunque los vaqueiros pueden pensar que las cosas han cambiado mucho, aquellos que visitan Somiedo por primera vez suelen tener un sentimiento totalmente contrario.
Y es que las rutas senderistas que exploran uno de los parques naturales más bellos de España internan al viajero en unos parajes bucólicos, de imponentes montañas –cuyas laderas aparecen cubiertas de matorrales y hierba en su parte más alta, y frondosos bosques de hayas y robles en las zonas más bajas– y misteriosos y preciosos lagos glaciares.
Así, el Pico Cornón, la Peña Orniz o los Picos Albos son testigos silenciosos de la admiración humana. Pues, salvo en los momentos álgidos de la temporada turística veraniega, aquel que camine por esas sendas sentirá que se halla a solas con la naturaleza.
Aunque existen más de una decena de rutas señalizadas en Somiedo –pudiendo ser recorridas a pie, a caballo o en bicicleta– la mayoría se decanta por dos: la Ruta de los Lagos de Saliencia y la Ruta de Valle de Lago.
La primera ofrece, a su vez, distintas alternativas, pues tras descender la pequeña cuesta que lleva del aparcamiento del Alto de la Farrapona al mirador del lago de la Cueva, el antiguo camino principal minero –más ancho y sencillo– es solo uno de los muchos senderos que se internan en la zona.
La ruta circular es la más sencilla y ofrece vistas al ya mencionado lago de la Cueva –cuyas aguas muestran distintos colores debido a los residuos de la antigua explotación minera que allí tenía lugar–, para pasar luego junto a los lagos Cerveriz y Almagrera (que no siempre contiene agua), antes de descender al gran lago Calabazosa, el más profundo de los de Saliencia y donde, los días calurosos de verano, apetece darse un refrescante baño.
Después el camino lleva de regreso al collado de la Farrapona, dejando el lago de la Cueva a mano izquierda.
Sin embargo, el lago más grande de Somiedo –y de toda la Cordillera Cantábrica– se descubre tras tomar una extensión de la ruta circular a la altura del lago Cerveriz.
Después de caminar a través de pastos y teitos se accede al lago del Valle. Sus dos kilómetros de perímetro se hallan contenidos en un circo glaciar, al amparo de cumbres de más de 2.000 metros de altura que cada invierno añaden sus blancas nieves a una estampa paisajística difícil de mejorar.
Aunque las rutas labradas en la tierra muestran la belleza de Somiedo, no hay mejor forma de encontrar los lugares más íntimos y solitarios del parque natural que dejando esas sendas para caminar por su vasto territorio virgen.
Así, el viajero se hallará frente a frente con unos solitarios parajes que le harán olvidar el estrés, el ruido, las preocupaciones… E incluso quien fue. Desnudando el alma ante el cálido abrazo de la Madre Naturaleza.
Son esos territorios vírgenes, apartados de las sendas tan amadas por los humanos, los que habitan los osos pardos de Somiedo. Aunque prefieren esconderse de los hombres en los bosques de hayas, abedules y robles, en algunas ocasiones los osos se aventuran fuera de su zona de seguridad para rondar los lagos en busca de los frutos de la Rhamnus alpina, más conocida como escuernacabras.
Su población, tan amenazada hace unos años, comienza a recuperarse y se han convertido en uno de los símbolos de Somiedo, un lugar donde las gentes siguen viviendo de la ganadería, pero el turismo, siempre dentro de un marco totalmente sostenible y respetuoso con el medio ambiente, comienza a tener su peso.
A los osos pardos les acompañan, entre otras muchas especies, los lobos, ciervos, urogallos, martas, lirones, ginetas, jabalíes, topos, gatos monteses y venados. Todos ellos se benefician de la escasa presencia humana y el casi inexistente deterioro de la cubierta vegetal que ha experimentado Somiedo.
Y es que en el Parque Natural de Somiedo las cicatrices dejadas por el paso del tiempo y la imparable labor de desgaste en la que la humanidad pone tanto empeño, parecen mucho más tenues que en la mayor parte de España. De nosotros depende que eso continúe siendo así, y tantos los animales como las futuras generaciones sigan considerándolo un paraíso terrenal en el que soñar y perderse.
Con información de MSN