Cómo sobrevivir al teletrabajo y la presión de entretenerse durante la cuarentena
La ansiedad y el estrés de la cuarentena es algo difícil de sobrellevar para muchos. Desde que se inició el periodo de aislamiento social, se multiplicaron las publicaciones con sugerencias de cómo aprovechar el tiempo en casa. Las listas fueron variadas. Desde recetas de cocina, pasatiempos, técnicas de meditación, hasta rutinas de ejercicios, entre otras.
Pero además aquello se acompañó con historias de célebres figuras que innovaron durante época de cuarentenas. ¿Si ellos lo hicieron por qué no el resto? Ejemplo de aquello fue William Shakespeare (1564-1616) que llevó a cabo parte de su obra maestra desde el aislamiento y que superó no solo una, sino dos epidemias, confinamiento en que escribió una de sus principales tragedias: “El Rey Lear”.
Shakespeare no fue el único. El físico y matemático inglés Isaac Newton (1642-1727) dio forma a la Ley de Gravitación Universal trabajando en su casa cuando apareció la peste bubónica en Londres (1665-1666).
La sugerencia es aprovechar al máximo este tiempo de pandemia por coronavirus.
Exceso de tareas
Junto con el avance del virus la idea de “aprovechar” la cuarentena se ha vuelto paradójico. No solo las circunstancias de crisis por las personas enfermas y fallecidas, que cada día aumentan, elevan la incertidumbre, además cada vez más personas están en sus casas trabajando.
¿Hay tiempo para hacer nuestro propio pan? “Veo cómo las redes se llenan de cosas: gente haciendo pan, tejiendo, haciendo manualidades”, comenta Mónica, consultora en comunicaciones. Todo eso, dice, mientras ella está con mucha carga laboral y con la incertidumbre de saber si los clientes de su empresa seguirán o no.
“Trabajamos el doble para ellos, a lo que se suma el mantenimiento de una casa, preparar las comidas, preocuparse de que sean equilibradas, lavar y lavar loza”. Tareas a las que se suma el proceso de limpieza que se hace cuando se compra la comida: “No sé si bañarme antes o después de limpiar y lavar cada cosa que he compro. ¡Llevo días comiendo pan con olor a desinfectante! Los días se me hacen nada”, asegura.
Su caso no es el único. “Yo pensé que era fácil pero estoy al borde de la histeria”, cuenta Carolina, sobre su experiencia de trabajar desde casa en cuarentena. “Peor aún la señora que nos ayuda en la casa y a cuidar a las niñas, me llamo la semana pasada llorando que quería volver, que se lo lleva encerrada en su pieza porque pelea con sus hijos y que extraña a las niñas. Ella es grupo de riesgo por edad y patologías”.
Una situación similar vive Verónica, que trabaja en el área comercial. Admite estar aliviada de no tener que ir a la oficina y exponerse al virus en el metro.
Pero con dos hijos, trabajar en casa se hace complejo. Verónica debe cumplir con metas mensuales, “pero nadie está comprando”, dice, lo que suma mucho estrés. Ahora en casa tiene reuniones de ventas por videollamadas, y “tengo que hacer comida, almuerzo, tareas, que se pelean mis hijos, y mis papis adultos mayores que no pueden salir a comprar. ¡Ya no me soporto!”, comenta.
Si esta toda una familia en casa y durante todo el día, hasta la conexión a internet se satura, reconoce Carolina, psicóloga, con tres hijos de 10, 9 y dos años. Ella y su marido están en casa con teletrabajo y los espacios a veces se hacen pocos. A eso se le agrega, dice, que tiene que entregar reportes e informes de estudios de áreas diariamente, “todos temas de desarrollo organizacional que se ve duramente afectada con la crisis, más el colegio a distancia”.
Exceso de tareas que hacen imposible el pensar en “entretenerse”, dice Lucio Gutiérrez , psicoanalista y doctor en psicoterapia de la Universidad Católica. La exigencia social a “producir”, señala es un síntoma propio a las sociedades capitalistas y poscapitalistas.
La diferencia, con tiempos pasados, es el modo cómo se expresa dicha exigencia. “Como menciona Byung-Chul Han, filósofo muy citado por estos días, hoy la gran fuente de presión no proviene del entorno (un jefe, un grupo, una empresa) sino de la internalización de la exigencia de producir en el individuo contemporáneo. El individuo contemporáneo se autoimpone la producción capitalista como equivalente a reconocerse a sí mismo, se autoexplota en miras a encontrarse, lo que por supuesto es proyecto tan infértil como imposible”, explica Gutiérrez.
Proporcionado por La Tercera Un ejemplo de figuras que innovaron durante época de cuarentenas, es el escritor inglés William Shakespeare, que escribió una de sus principales tragedias en ese aislamiento: “El Rey Lear”.
Incertidumbre
Habría que preguntarse por qué alguien, ante la difícil situación que estamos viviendo, debería sentirse animado a hacer todas esas cosas “entretenidas”, cuestiona Gutiérrez. Quizás, dice, “esa exigencia en el discurso social tiene un componente maníaco, en el sentido de negar la experiencia emocional que todos estamos viviendo ante este horror e incertidumbre global. Algo al estilo de ‘entretente y no pienses. Actúa y no te contactes. Produce y no sientas’”.
En esa misma línea de producir, el teletrabajo no siempre respeta horarios, relata Denisse, neuropsicopedagoga. “Hay algo de lo que pocos hacen alusión y es que a muchos nos pasa que con esto de trabajar desde casa, no respetan horarios ni fin de semana, nada”, indica. Ella está en dos grupos de Whatsapp de trabajo en los cuales le envían información de temas laboral a cualquier hora. “Eso me tiene muy muy molesta, ya que se presta para que los jefes o subjefes o coordinadores se crean con el derecho de enviar cualquier cosa aunque sean las 10 de la noche de un día sábado o domingo, es decir, es difícil desconectarse”.
Sin horarios y con escasez de tiempo, relata July, ilustradora que siempre trabaja desde casa, ahora tiene menos tiempo y debe hacer el doble de aseo, “porque me cuesta con la discapacidad, ya que mi cuidador no puede venir”. Debe además programar compras online, que toman mucho tiempo. “También hay menos concentración, porque algunos creen que estamos de vacaciones y colocan la TV, radio o lo que sea, a todo volumen”.
Se esperan resultados similares cuando las circunstancias no son las mismas, acota Alejandra, psicóloga y académica universitaria. Al igual que muchos profesores y profesoras tanto de colegios como universidades, ha tenido que organizar sus clases on line, pero no siempre los alumnos se pueden concentrar.
“Hoy una estudiante dijo ‘no me puedo concentrar’. Cuando le pregunté por qué empezó esta lista que completaron los demás: ‘las clases virtuales me confunden’, ‘se escucha la música fuerte de los vecinos’, ‘mi hermano no me deja estudiar’, ‘no tengo computador’, ‘los perros de los vecinos’, ‘mis perros’, ‘no tengo dónde leer los textos’, ‘no tengo internet, uso el de mi mamá’, ‘mis vecinos pelean todo el día’, ‘hay mala señal de internet’”, cuenta.
Sensación de fracaso
Hay agotamiento, incertidumbre, exceso de tareas y falta de tiempo, en un momento que no se equipara a otra experiencia en más de un siglo. Algunas personas pueden sentirse fracasadas porque no están “aprovechando el momento” lo suficiente dentro de esta pandemia. “¿Qué nos ha pasado que hemos perdido el reconocimiento de la centralidad del no-hacer para ser?”, plantea Gutiérrez.
Corrientes filosóficas y prácticas espirituales de larga data, “encuentran en el no-hacer y en la contemplación un tronco central para la capacidad tanto de introspección como de conocimiento sobre el mundo”, dice Gutiérrez.
La psicología hace largo tiempo defiende la centralidad del ocio en los procesos de imaginación radical y creatividad, explica el especialista. “La educación lo defiende como central en procesos de aprendizaje de habilidades no sólo artísticas sino en la línea de las STEM (ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas). El no-hacer es defendido bajo criterios neuroempíricos que sostienen la tremenda activación neuronal que ocurre en momentos de ocio”,
El valor del ocio, señala Gutiérrez, lo compila notablemente Andrew Smart en su libro “Arte y Ciencia de no hacer nada” del año 2015. El autor plantea que “no hacer nada, realmente y realmente nada, en realidad hace que su cerebro funcione mejor”, ello sustentado en evidencia neurocientífica que indica que para funcionar normalmente, nuestros cerebros también necesitan estar inactivos, la mayor parte del tiempo.
Existen líneas robustas de argumentos y evidencia que apoya el valor del no-hacer, agrega Gutiérrez, “pero, ciertamente, no-hacer pasa a ser un malestar para la sociedad de la transparencia. No ‘produce capital’, no ‘genera valor’ en términos de una sociedad cuyo principal interés es el rendimiento”.
Con información de MSN